Me acuerdo de ti, ¿sabes? Me acuerdo de ti después de todo,
y no sería una novedad sino lo estuviera admitiendo de tan buena gana. A veces,
por alguna razón, me acuerdo de los buenos momentos que me diste y, evitando
pensar en la cristalización que provocas en mis ojos, sonrío. A pesar del
desprecio y el rechazo que siento la mayoría de veces, a pesar de las muchas
razones que me has dado para dejarme con las ganas de escupirte (da gracias a
la educación que, sin tu ayuda, me han dado), a pesar de todo, a veces sonrío.
Debo ser profundamente tonta si aún confío en las personas.
Si aún me permito el lujo de sonreír ante situaciones que jamás volverán a
pasar, teniendo a la persona que protagoniza ese recuerdo como buena solo
porque en un momento dado me dio un pedazo de su cariño y un tajo de su tiempo
para compartir conmigo una ilusión. Porque visto lo visto, los recuerdos no son
más que eso ¿no? Ilusiones. Son una sucesión de imágenes, al fin y al cabo
inexistentes, que se guardan en nuestra memoria y que van perdiendo nitidez con
el paso del tiempo hasta el punto de que nosotros mismos llegamos a
modificarlos y moldearlos, casi, a nuestro gusto. No digo que todos, pero la
mayoría, probablemente sí. El caso es que sí, a veces me siento tremendamente
estúpida queriendo pensar que en el fondo, todos tenemos un lado bueno, y que, aquel
que parece que no, también. Que esconde su bondad por delirios que le han
llevado a ello, por desajustes mentales que no les permiten quitarse su escudo.
Me siento tonta, pero a la vez me gusta seguir pensando así. La gente es buena,
pero hay a quien no le han enseñado correctamente a serlo. Porque es así, a lo
único a lo que nos enseñan es a memorizar cosas que olvidaremos, a superar al
resto en vez de a nosotros mismos, a esconder aquellos gustos que al resto no
convenzan, nos enseñan que las emociones no se pueden expresar, que, o te
acaban haciendo daño, o son una ñoñería. Hasta qué punto hemos llegado, hasta
qué punto para que nos cueste alcanzar ese punto de felicidad en el que sabemos
lo que queremos y no tememos manifestarlo. En el que vamos con la cabeza alta
con pasos que dicen "Aquí estoy". El juego de la fila de fichas de
dominó en el que al tirar una, caen todas, ha dejado de tener gracia, dejémonos
de "me han hecho daño, ya no confiaré más" porque solo conseguiremos
tirar y ser tirados una y otra vez. Vivamos sin miedos ni ataduras. Eso sí, sin
ser tontos tampoco: el que tiene suficiente sangre fría como para clavarte el
puñal una vez, puede volver a hacerlo; a menos que éste se arrepienta de
verdad, a menos que ese hermano de Pepito Grillo interior que todos tenemos al
que conocemos como intuición te diga lo contrario, no confíes.
Por eso, aún albergo una esperanza respecto a todos, aún
pienso que hasta el peor, con su daño interior que inconscientemente le hace
ser así, guarda un pequeño cachito de humanidad que espera crecer, tú incluido,
porque aunque jamás te lo haré saber porque no te lo mereces, aún sonrío cuando
me acuerdo de ti, padre.
1 comentario:
Tienes razón:
-Todos albergamos un "pequeño cachito de humanidad", hasta el que nos parece más cruel, tiene su parte de bondad.
-Pero "vivamos sin miedos ni ataduras", así es como se vive plenamente.
Bien por esa sonrisa que siempre llevas en la recámara.
Publicar un comentario